El bar estaba lleno de gente a quién no le interesa como realmente eres. Oyen, pero no escuchan.
Eran las dos de la mañana y sonaba el teléfono. Al otro lado E. Las caricias de sus palabras, me hacían casi sentir el roce de su piel en mis labios.
Y es curioso, porque todos esos cuerpos sordos, que se mueven desacompasados y pasados de más, debajo de las luces y la música, solo están pendientes de ver si hay feeling con alguién para irse a follar.
Me pregunto si seré un cuerpo más, cuando pienso en acariciarte desnuda contra la pared. Con una de mis manos deslizándose por tus pechos, mientras mis pechos recorren tu espalda, y mis besos tu nuca. La otra mano descendiendo hasta sentir tu clítoris ponerse duro entre mis dedos, y mi lengua resbalandose por tus orejas, a la vez que se escurre algo de flujo, el suficiente como para introducir mis dedos hacia adentro. Y todos los poros de mi piel perciben que te gusta, que respiras cada vez más fuerte, con algún gemido que se te entrecorta. Y te mueves, en una especie de lucha por elevar el placer, empujas con tu cuerpo los dedos hacia adentro, y te mueves, en un desacompasamiento perfecto con mi mano, en busca del orgasmo.
Sentirte palpitar en mis dos manos. Escuchar tu placer y tu perdida de voluntad. Llegaste. Y quiero escucharte con cada terminación nerviosa de mi piel. Y te abrazo, y te cuido. Ya no oigo. Solo escucho.